martes, 9 de junio de 2015

Discriminación y exclusión en los colegios viedmenses

Laura Guanca,integrante de TEA Padres Patagones Viedma
Ignacio es un chico como cualquier otro, solo que tiene, como su madre dice, algunas particularidades.  Le diagnosticaron TGD (Trastorno Generalizado del Desarrollo), más conocido como autismo,  a los 5 años de edad.
 Tanto Laura como su hijo y toda su familia  han sufrido en carne propia  la discriminación y la exclusión, en las escuelas, en la sociedad.
Sin embargo, nunca bajaron los brazos y siguen adelante por la igualdad de derechos y la inclusión que debe tener Ignacio, como cualquier otro chico.
Laura tuvo a Ignacio a los 21 años, era mamá primeriza. El niño nació y  se desarrolló normalmente. No había nada raro en él, sino que por  el contrario era muy precoz. "Empezó a caminar a los diez meses, era muy curioso y despierto", comentó Laura.
"Pero de pronto, cuando Ignacio tenía dos años y medio,su mirada se apagó", recordó y agregó que su hijo ya no dormía, no comía y lloraba por todo.
Además, sufría insomnio y tenía trastornos gastrointestinales.  Tanto Laura como toda su familia se cansaron de recorrer  especialistas, pero nadie sabía decirles qué tenía su hijo.
"Se nos complicó todo, era otro nene y  dejó hablar",explicó. Primero empezó señalando cosas, después muy rudimentaria la comunicación y llegó un momento en que solo lo entendía su madre.

Sus primeros pasos en el maternal

A los 3 años Ignacio inició el maternal. Para este tiempo, su familia ya se encontraba realizando todos los estudios médicos que se aconsejaban en ese momento. "Hasta  tuvimos que vender cosas del hogar para pagar estos estudios que nadie nos cubría", comentó indignada.
 Finalmente,  se descartó todo lo orgánico, no tenía absolutamente nada.Les recomendaron hacer terapias y les tiraron algunas  ideas  acerca de lo que podría llegar a tener Ignacio. "Psicosis infantil, incluso un médico nos llegó a decir que podría tratarse de una esquizofrenia, con todo lo que eso implica ese diagnóstico", explicó Guanca.
Hicieron  un año y medio  de psicología, psicopedagogía,  fonoaudiología,  terapia de pareja, aromaterapia, etc. Iban cuatro  veces por semana a distintas terapias, pediatras, curanderos. Pero luego, vivieron una horrible experiencia en una de esas terapias.
Ignacio tenía muchas estereotipias, movía muchos los brazos repetitivamente. En un momento, una de las terapeutas propone que para que deje de hacer esto había que ponerle mancuernas en las manos, peso en las manos para que las baje. "A partir ahí,decidimos no llevarlo más, nos pareció algo tan bruto, me sonó a un entrenamiento canino", comentó Laura.
 En esos dos años de maternal, Ignacio se despegó un poco de mamá y papá y  aprendió  consignas como séntate, deja de deambular, etc. Cosas muy simples que capaz que un nene de dos o tres años lo hacía. "Ahí nos dimos cuenta de que Ignacio estaba lejos de poder estar en un preescolar con otro nene,  la brecha era enorme", mencionó.

Discriminación en el jardín

 Ignacio comienza salita de 5 años en el Jardín N° 5 de Viedma y al mismo tiempo un tratamiento en un centro, donde es evaluado y  le diagnostican TGD (Trastorno Generalizado del Desarrollo). A partir de allí,  comienza  a trabajar con una terapeuta, que hasta hoy en día  lo atiende. Fue a ese  ese Centro unos dos años, hasta que su familia decide  qué iba a hacer el nene  y  qué no, ya que era  un caos la cantidad de terapias a la que había que llevarlo.
Cuando los padres de Ignacio se enteran  que él hacía permanencia en el Jardín 5 de Viedma, no  continuaron. "Vivimos experiencias horribles con los adultos, fuimos rechazados y discriminados", reveló Guanca.
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Empezar de nuevo

Para ese entonces Ignacio,  recién estaba esbozando algunas palabras, ya había roto las ecolalias aunque no conocía colores, no sabía dibujar el cuerpo humano, apenas podía sentarse pero igual empezó nuevamente el jardín.
 En el Colegio Adventista lo aceptaron como a cualquier otro nene. "Fue la primera vez que  sentí que podía ir con mi hijo sin ocultarlo ni sentir que era el bicho raro", manifestó Laura.Así que empezó desde jardín y egresó en séptimo grado. Tuvo una maestra que los padres de Ignacio pagaban porque la escuela no tenía  Equipo Técnico.
 Hoy en día, Ignacio se encuentra cursando el  segundo año en el CEM 141 del barrio San Martín, recién  hace unos meses pudo tener alguien que lo acompañe, un Técnico de Apoyo en la Inclusión. Lo único que Laura y su familia exigieron es que no se trabaje fuera del aula, porque la inclusión debe hacerse desde una  escuela común y corriente con todos los chicos. “Si él va a tener que ir a un lugar especial o tener momentos especiales, no hay  inclusión”, manifestó con firmeza Laura Guanca.
La familia de Ignacio se encuentra pensando cómo hacer para apoyarlo y que él pueda por sí solo desenvolverse."Que Ignacio pueda tener un grupo de amigos es algo que me encantaría que pase. Se trata de  aprender  día a día, a prueba y error", finalizó.

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